EL subrealismo en Norvey Castellano Cabrera es una expresión
característica que lo ha distinguido desde que, con apenas siete años
de edad en la finca de Soledad de Mayarì, dejaba grabado sus primeras
inspiraciones. Sin apenas conocimientos técnicos de lo intencionado de
transformar la naturaleza propia de las cosas, èl supo dirigir su
pincel en distorsionar los contornos de objetos y recursos autóctonos
del campo.
Un colador, el empinao para colar el sabroso cafè cosechado por sus
padres, la imagen de aquel taburete casi despreciado por el tiempo
pero que aún se mantiene en pie a pesar de los intensos años de uso,
la guitarra que tanto sonó cada tarde cuando sus abuelos llegaban del
campo y recostaban su cuerpo, resultan elementos recurrentes en cada
obra.
Es paradójico cómo aunque sobre Norvey hayan incidido estudios
académicos en la apreciación y creación de las artes plàsticas
recibidos en el Instituto Superior Pedagógico Frank Paìs Garcia de la
ciudad de Santiago de Cuba, aún se mantiene la línea de reflejar un
ambiente que sòlo pertenece al pasado de la realidad del campesino. El
hecho sólo se justifica por una concepción sentimental que, aferrada
hasta el fin, no pretende cambiar. De ahí que hasta sus tallas en
madera las recarga de expresiones muy naturales como exóticas flores
logradas en microclimas de estas inmediaciones de la Sierra Maestra.
Un taburete jorobado da la sensación de cansancio, una guitarra con el
brazo curvo deja ver a las claras el excesivo uso que recibe este
instrumento musical por parte de quienes no tuvieron otra opción
recreativa que apelar al mismo para ocupar sus ratos de ocio.
Entonces, para que se interprete adecuadamente la concepción que mueve
a Norvey es necesario apelar al concepto esgrimido por quien en 1924,
en el primer manifiesto sobre el surrealismo,Andre Breton expuso que
la psicología surrealista: el inconsciente es la región del intelecto
donde el ser humano no objetiva la realidad sino que forma un todo con
ella. El arte, en esa esfera, no es representación sino comunicación
vital directa del individuo con el todo. Esa conexión se expresa de
forma privilegiada en las casualidades significativas (azar objetivo),
en las que el deseo del individuo y el devenir ajeno a él convergen
imprevisiblemente, y en el sueño, donde los elementos más dispares se
revelan unidos por relaciones secretas. El surrealismo propone
trasladar esas imágenes al mundo del arte por medio de una asociación
mental libre, sin la intromisión censora de la conciencia. De ahí que
elija como método el automatismo, recogiendo en buena medida el
testigo de las prácticas mediúmnicas espiritistas, aunque cambiando
radicalmente su interpretación: lo que habla a través del médium no
son los espíritus, sino el inconsciente.
No es casual que prevalezca este tipo de corriente, en principio
empleada sin conocimiento de la filosofìa tecnica que la mueve y,
luego, al cursar los estudios universitarios, entiende que es
intencionada y responde a sus necesidades espirituales.
En la galería de arte Guillermo Collazo de la localidad de Chivirico
en Guamà se puede apreciar la obra artística de este joven creador
que, constituye una interesante propuesta para quienes deseen viajar
imaginariamente hacia la vida del campo.
Y como la promoción de las obras de nuestros artistas debe sustentarse
también en informaciones que refuercen el origen y antecedentes de los
aspectos técnicos que la sostienen, es útil dar la referencia que el
surrealismo en las artes plástica tiene sus origenes en que, Al
principio el surrealismo es un movimiento fundamentalmente literario,
y hasta un poco más tarde no producirá grandes resultados en las artes
plásticas. Surge un concepto fundamental, el automatismo, basado en
una suerte de dictado mágico, procedente del inconsciente, gracias al
cual surgían poemas, ensayos, etc., y que más tarde sería recogido por
pintores y escultores.
La primera exposición surrealista se celebró en la Galerie Pierre de
París en 1925, y en ella, además de Jean Arp, Giorgio de Chirico y Max
Ernst, participaron artistas como André Masson, Picasso, Man Ray,
Pierre Roy, P. Klee y Joan Miró, que posteriormente se separarían del
movimiento o se mantendrían unidos a él adoptando únicamente algunos
de sus principios. A ellos se adhirieron Yves Tanguy, René Magritte,
Salvador Dalí y Alberto Giacometti.[2]
La rebelión del surrealismo contra la tradición cultural burguesa y el
orden moral establecido tuvo su cariz político, y un sector del
surrealismo, que no consideraba suficientes los tumultos de sus
manifestaciones culturales, se afilió al Partido Comunista Francés.
Sin embargo, nacieron violentas discrepancias en el seno del grupo a
propósito del debate sobre la relación entre arte y política; se
sucedieron manifiestos contradictorios y el movimiento tendió a
disgregarse. Es significativo, a este respecto, que la revista «La
révolution surréaliste» pase a llamarse, desde 1930, «Le surréalisme
au service de la révolution». En los años 1930, el movimiento se
extendió más allá de las fronteras francesas. Se celebró en 1938 en
París la Exposición Surrealista Internacional.
La distancia en el tiempo de producido aquellas manifestaciones del
surrealismo no ha mermado en lo más mínimo el afán de que, un artista,
sin apenas medios de trabajo y recursos para hacer arte, incursione
con toda intención manifiesta y reciba el reconocimiento de su pueblo.
Norvey nos manifestó que, aunque sus obras por lo general tienen un
destino comercializador para poder costear sus necesidades màs
elementales, esta intenciòn mercantilista no ha mellado el valor
estètico y estìlistico
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